Era un universo cristalino, sin límites en tiempo y espacio; la vista podía alcanzar hasta más allá de lo evidente y perfilarse en un sinfín de armónicos colores que danzaban en una eterna música. Allí estábamos. Observábamos cuán azules eran nuestros pensamientos y, repentinamente, tan rojos. Y en llamarada súbita se consumían los despojos de una pretendida existencia material que no podía comprender cuanto ocurría a su alrededor. Un fuego frío que extendía sus lengüetas hacia todas direcciones y, a su vez, hacia ninguna, poque no hay dirección definida, ni rumbo, ni arriba, ni abajo, ni principio, ni fin. Todo existe, todo es vida, son pocas las cosas que el ojo humano puede ver.
Contemplábamos el vasto infinito que nos rodeaba, conscientes de que estábamos fundidos con cada cosa. Vibrábamos en armonía y resonancia con cada color, cada melodía, cada aroma, cada pensamiento. Era como el mar, lleno de misterio y, a su vez, tan familiar. Sentíamos que estábamos en el lugar al que pertenecemos desde siempre, eternamente, habíamos vuelto. Todo cuanto pensaba aparecía ante nuestra renovada vista, la rocosa materia había quedado atrás, en otra dimensión. Rayos plateados, dorados, morados, rosados... toda una amalgama emanaba de la mente, que se había expandido y fundido con todo y con nada. Era una simultaneidad de sucesos en la que el tiempo no fluía o, al menos, no como es percibido durante la existencia mundana que llamamos “vida”. Era diferente, todo diferente, pero comprensible o, más bien, aceptado sin objeción. Misterioso, pero conocido; luz y oscuridad, lo sólido y lo etéreo en conjunción.
No sentíamos el palpitar de un corazón, sino el de millones o más. Todo era música, colores, formas abstractas pero definidas. Y en ese lugar cobraron vida los poemas, los suspiros, las anhelanzas, los recuerdos, el amor. Ante nosotros discurría un río plateado de luz, lleno de sensaciones inexplicables que nos invitaban a zambullirnos y dejarnos arrastrar por la corriente. Comprendimos que éramos los autores de cuanto observábamos, creadores de ese universo, de esa realidad, de esa dimensión.
Comprendimos que nuestras mentes, nuestras esencias, eran como la energía, en dualidad simultánea con la materia; que el pensamiento emana como una fuente de colores diversos y se propaga más rápido que la luz, viajando a otras dimensiones, otras almas, otros destinos; provocando vibraciones, resonancias, resplandores, existencias y otros universos.
Era la nada, y era todo.
26/06/2014
3:07 am